Entre la esperanza y la anarquía; entre la civilización y la barbarie, la república presentaba desafíos ineludibles que había que enfrentar recorriendo los pasillos del laberinto, sin abandonar las señas seguras que aportaban la religión y el consenso social. Impregnados de la idea que el principio central de la sociabilidad y del Estado era la virtud más que los derechos, sus forjadores enfrentaron el conflicto entre teorías y prácticas políticas en la esperanza que la civilización del pueblo otorgaría las condiciones para su inclusión plena.
La clase dirigente chilena no dudó que la república abría un derrotero hacia la plena vigencia de los derechos que prometía, pero deambulaba atemorizada por obstáculos desviaran la ruta. Con ese telón de fondo intentó definir un nosotros chileno, convirtiendo la consolidación de una nación en un proyecto asociado a la constitución de un Estado que debía considerar diversos componentes.
Si volver a ese siglo fundacional tiene algún sentido, más allá de la mera erudición, es por la ilusión que proyecta encontrar a ese puñado de hombres, y también mujeres, que ponían sus esperanzas en proyectos políticos, y, a pesar de todas sus limitaciones, confiaban en que desde lo político se podía construir un orden cultural.
La clase dirigente chilena no dudó que la república abría un derrotero hacia la plena vigencia de los derechos que prometía, pero deambulaba atemorizada por obstáculos desviaran la ruta. Con ese telón de fondo intentó definir un nosotros chileno, convirtiendo la consolidación de una nación en un proyecto asociado a la constitución de un Estado que debía considerar diversos componentes.
Si volver a ese siglo fundacional tiene algún sentido, más allá de la mera erudición, es por la ilusión que proyecta encontrar a ese puñado de hombres, y también mujeres, que ponían sus esperanzas en proyectos políticos, y, a pesar de todas sus limitaciones, confiaban en que desde lo político se podía construir un orden cultural.