Para Paul Auster, su Olympia es más que una herramienta de trabajo: desde la década de 1970 ha sido una fiel compañera en su prolífico viaje literario, amiga silenciosa, confidente de los relatos de toda una vida. Un día, la curiosa mirada de Sam Messer convirtió esta máquina de escribir en un ser con personalidad, con «deseos y estados de ánimo». Sus ilustraciones son deslumbradores retratos y un sincero homenaje a aquella que tanto ha ofrecido a uno de los autores más importantes de la literatura contemporánea.