La familia de esta novela –los Popper, judíos franceses no practicantes de origen húngaro– es bastante disfuncional, como tantas otras. Los tres vástagos –Serge
Nana y Jean, que es el narrador de la historia– permanecen unidos por los lazos familiares pese a sus diferencias y tensiones. Hay dos escenas que enmarcan esta narración: al principio el fallecimiento de la madre y la última palabra que pronuncia, y después una visita al campo de exterminio de Auschwitz, lugar de peregrinaje como monumento a la memoria, pero también parque de atracciones temático por el que se pasean turistas haciéndose selfies. La autora despliega aquí toda su capacidad de disección de los comportamientos humanos, sus diálogos punzantes y su humor negrísimo y políticamente incorrecto, pero también su empatía hacia los seres imperfectos y paradójicos.